Época: Renacimiento Español
Inicio: Año 1527
Fin: Año 1563

Antecedente:
Entre la tradición y la modernidad

(C) Miguel Angel Castillo



Comentario

El prurito de distinguirse de otras clases urbanas y el deseo de emular a la corona, pueden explicar el proceso de renovación del tipo de palacio urbano y el sentido de las empresas artísticas patrocinadas por algunas nobles familias. Mediante estos recursos, el palacio se convierte en expresión externa del poder nobiliario en el ámbito de la ciudad, definiendo los más importantes espacios urbanos y cumpliendo una función representativa de capital importancia en las ciudades españolas del quinientos.
La principal aportación de estas nuevas construcciones urbanas reside en la regularización geométrica del conjunto, obtenida mediante la disposición simétrica de su planta, la ordenación sistemática de sus alzados y la articulación funcional de la fachada, zaguán y patio en el eje principal del edificio.

El patio, núcleo organizativo de la vivienda, responde a tipos muy diversos dependiendo en gran medida de su extensión, alturas, ordenación de los mismos y de los motivos ornamentales empleados, que varían según el uso y costumbre de las distintas regiones. Excepcionalmente, algunos de estos edificios cuentan con más de un patio como el Palacio de Francisco de los Cobos en Valladolid, trazado por Luis de Vega en 1534, o el Palacio de Monterrey de Salamanca, al que Rodrigo Gil, su constructor, dotó con un patio abierto entre dos crujías paralelas en la zona posterior del edificio. Los conjuntos más monumentales son los que presentan patios con loggias adinteladas y galerías de arcadas en ambos pisos, o combinan estas soluciones en sus diferentes alzados. El Palacio de Miranda de Burgos responde al primer modelo al igual que algunas residencias aragonesas como el Palacio del Conde de Morata en Zaragoza, aunque el tipo más frecuente es el que dispone arquerías corridas en la planta baja y dinteles con zapatas en la alta. Esta fórmula, fue empleada por Covarrubias en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares y en los patios del Alcázar de Madrid, extendiéndose por Castilla y Extremadura a través de otros ejemplos como el Palacio Orellana-Pizarro de Trujillo. Sin embargo, en el área aragonesa fue más frecuente la solución inversa, adintelado el piso bajo y con arcadas en la planta alta, produciendo interesantísimos ejemplos como el Palacio de los Pardo en Zaragoza, o la mansión de Gabriel de Záporta en la misma ciudad.

Hacia el exterior, todos estos edificios urbanos se distinguen por su carácter abierto a la ciudad y el aspecto regular de sus fachadas organizadas con numerosos vanos, separando sus plantas mediante líneas de imposta y estableciendo el ritmo de sus paramentos mediante la incorporación de pilastras y columnas. Con frecuencia, sus portadas se articulan en el eje principal de la composición y generalmente responden a un esquema de arco triunfal donde se aplican los recursos decorativos más representativos del edificio. Desde el punto de vista urbano resulta muy interesante la utilización de galerías de arcos en el último piso de la fachada, la aparición de torres en el ángulo de intersección de dos calles o el desarrollo del formato y decoración de las ventanas y balcones de ángulo. Un buen ejemplo donde se combinan ambas soluciones es el Palacio del Conde de Guadiana en Ubeda, aunque la interpretación de estas fórmulas sean muy comunes en Andalucía y Extremadura -Ubeda, Cáceres, Trujillo, etc.-, y relativamente frecuentes en otras poblaciones castellanas.

Por otra parte, los programas iconográficos utilizados en la decoración de estos edificios cumplían una función representativa de especial importancia en la configuración de la imagen de la ciudad. El palacio entendido como mansión del Héroe y del Guerrero, pronto se asoció al tema literario del palacio de la Fama y del Amor y a otra serie de ideas que, como la favorable Fortuna, aludían en clave moral al contexto ideológico y religioso de la época. Estos planteamientos, recreados literariamente en obras como el "Crotalón" de Cristóbal de Villalón y "Los siete libros de la Diana" de Jorge de Montemayor, se fueron materializando en varios conjuntos palaciegos de muy diferentes características.